30/10/2024 por Cresenzia 0 Comentarios
El secuestro emocional
Cuando una situación se nos va de las manos y estallamos, nos convertimos en víctimas de toda una serie de reacciones psicológicas y fisiológicas. A esta serie de reacciones se la conoce como secuestro emocional. Para saber qué es lo que ocurre en esos momentos...
Cuando una situación se nos va de las manos y estallamos, nos convertimos en víctimas de toda una serie de reacciones psicológicas y fisiológicas. A esta serie de reacciones se la conoce como secuestro emocional.
Para saber qué es lo que ocurre en esos momentos debemos conocer lo que le sucede a nuestro cerebro.
¿Cómo se produce el secuestro emocional?
¿Te has descubierto alguna vez perdiendo los estribos como si estuvieras inmerso en medio de una tormenta? Y luego, al darte cuenta de esa reacción tan desproporcionada, ¿te has arrepentido?, ¿te has preguntado cómo puede ser que en cuestión de unos pocos segundos hayas sido capaz de volverte tan irracional?. Aquí es donde entra en juego el concepto de secuestro emocional, una respuesta automática provocada por nuestro cerebro.
En términos generales, podemos decir que nuestro cerebro está formado por una parte más emocional, el sistema límbico, y otra más racional, el neocórtex.
Los sentidos nos hacen llegar la información a nuestro cerebro emocional. Éste la procesa más rápido que el neocórtex y, a su vez, reacciona antes. Pero, por contra, sus respuestas se vuelven más imprecisas.
Nuestro filtro emocional
La amígdala es una pequeña estructura situada dentro de nuestro cerebro emocional. Ella es la que se encarga del procesamiento y almacenamiento de las reacciones emocionales. Cuando esta estructura se daña, las personas carecen de sentimientos de rabia, miedo o tristeza, por ejemplo. Incluso, en algunos casos, estas personas no son capaces ni de llorar.
En este punto, quizás te preguntes que, si tu amígdala funciona perfectamente, cómo es posible que nos dejemos arrastrar por las pasiones con tanta facilidad.
Pues bien, el problema radica en que la amígdala también cumple el rol de centinela de nuestro cerebro. Una de sus funciones más básicas consiste, principalmente, en analizar las percepciones en busca de alguna amenaza.
Ella es la que trata de hallar una respuesta cuando nos encontramos en un determinado entorno en el cual podemos recibir sufrimiento o daño.
Si la respuesta es afirmativa, nuestro sistema nervioso da una señal de alarma a nuestro organismo para que pare de inmediato las funciones más irrelevantes. De este modo, se potencian aquellas que nos ayudan a defendernos de la amenaza.
El neocórtex, que es el cerebro pensante, aquí no interviene. Así que, por unos momentos, nos volvemos más instintivos.
La amígdala actúa declarando una especie de estado de guerra que hace que nos comportemos de forma irracional y desproporcionada.
Sin embargo, no todos los secuestros emocionales tienen connotaciones negativas. Por ejemplo, cuando somos víctimas de un ataque de risa o cuando nos sentimos eufóricos, la amígdala también toma el control y nos impide pensar.
De hecho, seguramente todos hemos visto alguna vez a alguien arrepentirse tras haber cometido una estupidez, impulsado por un estado de euforia
¿Por qué se produce?
En nuestro cerebro todo está dispuesto para que, cuando estemos en peligro, la amígdala tenga vía libre para actuar.
En ese momento nada más importa, sólo nuestra supervivencia. La amígdala es la primera estación cerebral por donde discurren las señales procedentes de nuestros sentidos. Una vez han sido evaluadas por la amígdala, dichas señales, llegan a la corteza prefrontal.
Esa es la razón por la cual, a veces, las emociones nos sobrepasan y toman el control.
Por un lado, en la corteza, el lóbulo prefrontal derecho es la sede de los sentimientos negativos como el miedo y la agresividad. Y, por el otro, el lóbulo prefrontal izquierdo se encarga de mantenerlos a raya. Su función sería como la de una especie de termostato neural que nos permite regular las emociones desagradables. Durante un secuestro emocional, el lóbulo prefrontal izquierdo simplemente se apaga y deja que las emociones fluyan.
El hecho de que los humanos suframos secuestros emocionales está relacionado con nuestros antepasados prehistóricos. Ellos sufrían este tipo de secuestros y los utilizaban para poder huir de los peligros o atacar a sus enemigos.
El cerebro límbico los preparaba para dar respuestas automáticas que eran absolutamente necesarias para poder sobrevivir. Sin embargo, en la actualidad, este proceso ha quedado desfasado y los resultados que provoca en la mayoría de los casos, por desgracia, no son ni adecuados ni, por supuesto, los deseados.
No todo depende de la amígdala
Hoy en día, las consecuencias de los secuestros emocionales son nefastas. Principalmente, porque provocan que toda nuestra atención se dirija a la emoción que nos está invadiendo, impidiéndonos racionalizar la situación.
Sólo una vez que ha pasado la tormenta, es cuando somos capaces de analizar lo sucedido y darnos cuenta de que nuestras respuestas han sido desproporcionadas e irracionales.
De todas formas, también hemos de decir que lo normal es que cuando la mente racional se ve desbordada por la mente emocional, la corteza prefrontal se active para ayudarnos a gestionar las emociones y valorar las posibles soluciones.
Así que, para que se produzca un secuestro emocional, como hemos visto, no es suficiente con que la amígdala se active. También es necesario que se produzca un fracaso al activar los procesos neocorticales que se encargan de equilibrar nuestras respuestas emocionales.
¿Cómo tomar el control?
Durante el secuestro emocional se produce un desbordamiento de las emociones. Para poder controlarlo, primero, debemos aprender es a reconocer los síntomas que presenta.
Estos síntomas son ligeramente diferentes para cada persona tanto en intensidad como en el orden de aparición y tipología. El entrenamiento en técnicas de autocontrol, como son las técnicas de relajación, la reestructuración de pensamientos o la racionalización entre otras, resultan ser eficaces porque nos ayudan a:
- Observar qué indicadores tienden a dispararse antes: sudoración, acaloramiento, aceleración del ritmo cardíaco, tensión muscular, etc.
- Bajar la intensidad de estos indicadores.
- Utilizar estas técnicas en situaciones reales.
Una técnica que puede resultar útil es la del semáforo, que implica tres etapas:
- Rojo – Detenerse: para controlar los impulsos y evitar reacciones irracionales.
- Ambar – Calmarse: para dominar las emociones permitiendo que la información llegue al neocórtex.
- Verde – Explorar: Cambiando el foco de atención y así poder pensar en las alternativas y escoger la mejor opción de forma racional.
Como ves, el autocontrol ante un secuestro emocional es, en definitiva, una de las habilidades más importantes de la inteligencia emocional.
Daniel Goleman la define como la capacidad de comprender las emociones y conducirlas, de tal manera que podamos utilizarlas para guiar nuestra conducta y nuestros procesos de pensamiento, para producir mejores resultados.
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